Fabula del Halcon y el Ruiseñor, y moraleja para Preses. HESIODO

 

FABULA DEL HALCON Y EL RUISEÑOR

 

Ahora contaré una fábula a los re­yes, aunque sean sabios.   

 

Así   hablo 16 un halcón a ruiseñor de variopinto cuello mientras le llevaba muy alto, entre las nubes, atrapado con sus garras. Éste gemía lastimosamente, ensartado entre las corvas uñas y aquél en tono de superioridad le dirigió estas palabras.

 

«¡Infeliz! ¿Por qué chillas? Ahora te tiene en su poder uno mucho más poderoso. Irás a donde yo te lleve por muy cantor que seas y me servirás de comida si quiero o te dejaré libre. ¡Loco es el que quiere ponerse a la altura de los más fuertes! Se ve privado de la victoria y además de sufrir vejaciones, es maltratado.»

 

Así dijo el halcón de rápido vuelo, ave de amplias alas.

 

¡Oh Perses! (hermano de Hesiodo que le quitó la herencia) Atiende tú a la justicia y no alimentes soberbia; pues mala es la soberbia para un hombre de baja condición y ni siquiera puede el noble sobrellevar­la con facilidad cuando cae en la ruina, sino que se ve abrumado por ella. Preferible el camino que, en otra dirección, conduce hacia el recto proceder; la justicia termina prevaleciendo sobre la violencia, y el necio aprende con el sufrimiento. Pues al instante corre el Ju­ramento tras de los veredictos torcidos; cuando la Dike  (la justicia) es violada, se oye un murmullo allí donde la distribuyen los hombres devoradores de regalos e interpretan las normas con veredictos torcidos. Aquélla va detrás quejándose de la ciudad y de las costumbres de sus gentes, envuelta en niebla, y causando mal a los hombres que la rechazan y no la distribuyen con equidad.

 

225 Para aquellos que dan veredictos justos a forasteros y ciudadanos y no quebrantan en absoluto la justicia, su ciudad se hace floreciente y la gente prospera dentro de ella; la paz nutridora de la juventud reside en su país y nunca decreta contra ellos la guerra espantosa 230 Zeus de amplia mirada.

 

 Jamás el hambre ni la ruina acompañan a los hombres de recto proceder, sino que alternan con fiestas el cuidado del campo. La tierra les produce abundante sustento y, en las montañas, la enci­na está cargada de bellotas en sus ramas altas y de abe­jas en las de en medio[12]. Las ovejas de tupido vellón se 235 doblan bajo el peso de la lana. Las mujeres dan a luz niños semejantes a sus padres y disfrutan sin cesar de bienes. No tienen que viajar en naves y el fértil campo les produce frutos.

 

A quienes en cambio sólo les preocupa la violencia nefasta y las malas acciones, contra ellos el Crónida 240 Zeus de amplia mirada decreta su justicia. Muchas ve­ces hasta toda una ciudad carga con la culpa de un malvado[13] cada vez que comete delitos o proyecta bar­baridades. Sobre ellos desde el cielo hace caer el Cronión una terrible calamidad, el hambre y la peste jun­tas, y sus gentes se van consumiendo. [Las mujeres no dan a luz y las familias menguan por determinación 245 de Zeus Olímpico; o bien otras veces] el Crónida les aniquila un vasto ejército, destruye sus murallas o en medio del ponto hace caer el castigo sobre sus naves.

 

¡Oh reyes! Tened en cuenta también vosotros esta justicia; pues de cerca metidos entre los hombres, los 250 Inmortales vigilan a cuantos con torcidos dictámenes se devoran entre sí, sin cuidarse de la venganza divina.

 

Treinta mil son los Inmortales puestos por Zeus sobre la tierra fecunda como guardianes de los hombres mortales; éstos vigilan las sentencias y las malas accio­nes, yendo y viniendo, envueltos en niebla, por todos 255 los rincones de la tierra.

 

Y he aquí que existe una virgen, Dike[14], hija de Zeus, digna y respetable para los dioses que habitan el Olim­po; y siempre que alguien la ultraja injuriándola arbi­trariamente, sentándose al punto junto a su padre Zeus Cronión, proclama a voces el propósito de los hombres 260 injustos para que el pueblo castigue la loca presunción de los reyes que, tramando mezquindades, desvían en mal sentido sus veredictos con retorcidos parlamentos. Teniendo presente esto, ¡reyes!, enderezad vuestros dis­cursos, ¡devoradores de regalos!, y olvidaros de una vez por todas de torcidos dictámenes. El hombre que trama 265 males para otro, trama su propio mal; y un plan mal­vado perjudica más al que lo proyectó.

 

El ojo de Zeus que todo lo ve y todo lo entiende, puede también, si quiere, fijarse ahora en esto, sin que se le oculte qué tipo de justicia es la que la ciudad encierra 270 entre sus muros. Pero ahora ni yo mismo deseo ser justo entre los hombres ni tampoco que lo sea mi hijo; pues cosa mala ser un hombre justo, si mayor justicia va a obtener uno más injusto. Mas espero que nunca el providente Zeus deje como definitiva esta si­tuación.

 

275 ¡Oh Perses! Grábate tú esto en el corazón; escucha ahora la voz de la justicia y olvídate por completo de violencia. Pues esta ley impuso a los hombres el Cronión: a los peces, fieras y aves voladoras, comerse los unos a los otros, ya que no existe justicia entre ellos; a los hombres, en cambio, les dio la justicia que es mucho 280  mejor. Y así, si alguien quiere proclamar lo justo a conciencia, a él le concede prosperidad Zeus de am­plia mirada; mas el que con sus testimonios perjura voluntariamente y con ultraje de la justicia causa al­gún daño irreparable, de éste queda luego una estirpe 285 cada vez más oscura, en tanto que se hace mejor la descendencia del varón de recto juramento20.

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